Una de las promesas en la que el obispo Fernando Lugo basó su campaña proselitista antes de ser electo presidente del Paraguay fue una firme postura hidro-nacionalista en el tema de la represa de Itaipú, una de las usinas más grandes del mundo que es compartida con el Brasil.
Sus primeras señales luego de ganar los comicios y entrevistarse con el gremio del agro-antinacional de los traficantes de soja transgénica, sin embargo, sugieren que será tolerante con la invasión brasileña en las tierras fronterizas del este que aqueja al país, indisolublemente unida a la problemática de Itaipú, y que ha convertido a los límites paraguayos con el Brasil en un corredor para alcanzar el territorio que ocupan los súbditos de Itamaratí, una especie de virtuales Sudetes.. Para imaginar cuáles son las perspectivas, vale recordar el ejemplo de Acre, territorio que fue boliviano hasta que su población declaró su autonomía y poco después fue anexada al Brasil.
El origen de este desmembramiento de Bolivia debe buscarse en la Fiebre del caucho, sucedida a finales del Siglo XIX y principios del Siglo XX en la zona, poco antes que el imperio británico impulsase el cultivo de caucho en sus colonias de Oriente. La codicia por la materia prima llevó a la sublevación de los habitantes de la región, que en su mayor parte eran brasileños.
Aunque en 1899 los bolivianos habían intentado apaciguar los ánimos haciendo concesiones al Brasil, y fundando la capital administrativa del territorio Puerto Alonso (hoy Porto Acre), estalló una rebelión de los colonos brasileños que hoy es conocida como la “revolución acreana”. Asistidos por el gobernador del estado de Amazonas, la población brasileña proclamó la república independiente.
En respuesta, Boliva arrendó la región a una empresa basada en Nueva York, en el año 1901, por el Tratado de Aramavo. Al año siguiente, se avivó la revuelta y el aventurero Luís Galvez Rodrigues de Aria fue coronado “presidente de la república del Acre”. Más adelante una expedición de José Plácido de Castro y un grupo de serigueiros apoyados desde Brasil tomaron parte importante del territorio y a continuación pidieron su anexión al Brasil.
Bolivia intentó reaccionar militarmente, en lo que hoy se recuerda como la “guerra del Caucho”, en alusión a la materia prima que determinara las agresiones recíprocas, pero la superioridad de Brasil pronto restó toda posibilidad a los combatientes bolivianos. La guerra terminó con el tratado firmado entre ambas partes el 17 de noviembre de 1903, en la ciudad brasileña de Petrópolis, donde quedó estipulado que Bolivia cedía 191 mil kilómetros cuadrados, que se sumaron a los 165 kilómetros cuadrados que ya en 1877 había entregado intentando pacificar los ánimos.
Al igual que en el caso de Acre, hoy muchos de estos brasileños se dedican en la franja limítrofe entre Paraguay y Brasil al contaminante cultivo de soja transgénica, y advierten al gobierno “hidronacionalista” que no grave sus exportaciones y desarrolle una política agraria antinacional. Vale decir, nacionalismo para las aguas, entreguismo para las tierras.
Estos filántropos solo piden, como es sabido, que les dejen “producir riqueza para el país y para las arcas estatales” en la forma altruista en la que lo han venido haciendo, es decir, concentrando tierras, expulsando de sus parcelas a familias campesinas que deben migrar al exterior en busca del sustento y enviando una buena cantidad de intoxicados a los hospitales o al cementerio.
Ya en 1912 el traficante de granos Leopold Louis Dreyfus afirmaba que su objetivo era “satisfacer una gran necesidad económica y humana” y no simplemente ganar dinero y hacer crecer a su corporación. Eufemismos parecidos hoy utilizan quienes buscan justificar los principios destructivos del sistema neoliberal; en el que el mercado subordina a los derechos humanos, a la justicia , la democracia, y a la sustentabilidad medioambiental.
La soja transgénica, hermana consanguínea del terremoto, coetánea del volcán y el torbellino, una gigantesca fuerza que da forma al mundo, oleada colosal, se infla y avanza sobre el Paraguay. Como una ola de marea, sube y sube.
Ya lo dijo Lenin, el cereal es la divisa de las divisas, y la teología neoliberal que en Paraguay ha sentado sus reales con la bendición del obispo Fernando Lugo (que ya ha condenado las invasiones de tierras) y el maestro de ceremonias bacanales Dionisio Borda, nos ha despojado de voz para opinar a quienes no tenemos un dólar invertido en el negocio.
Es cierto que las averiadas utopías hoy en día no tienen mucho de qué envanecerse a estas alturas de los acontecimientos, pero el neoliberalismo que hoy asoma en Paraguay, en lugar de crear el edén de libertad prometido lo único que ha hecho es aumentar los muros levantados por el miedo.